Una de las mejores inversiones que podemos hacer en nuestras vidas es promover relaciones fuertes y saludables con nuestros seres queridos. Estas relaciones sirven para fortalecer nuestra salud física y mental; nos muestran que le importamos a otros y nos proveen oportunidades de ver más allá de nosotros mismos y de entregar.
Desgraciadamente, el agitado ritmo de la vida suele absorber el tiempo que necesitamos para mantener estas uniones. Como resultado, muchos de nosotros sufrimos sin entender por qué. Somos aparentemente enviados al exilio, aislados del mundo que nos rodea y de las personas a quienes amamos. Aunque compartimos de forma física con nuestros seres queridos, no podemos sentir su cariñosa presencia o apreciar el amor que sienten por nosotros.
Lo mismo suele ser cierto con respecto a nuestra relación con Dios. El mundo es como una montaña rusa que nos distrae y evita que nos enfoquemos en la esencia de la vida.
Y cuando eso pasa, debemos dar unos cuantos pasos hacia atrás, recargarnos, realinearnos y enfocarnos en recibir el amor que está siendo dirigido a nosotros. ¿Cómo? Para reconstruir una relación, la primera —y más básica— cosa que debemos hacer es reconocer la presencia del otro y sentirlo en nuestros corazones. ¿Cómo podemos comenzar a conectarnos con un Creador si no nos hemos dado el tiempo de reconocer primero Su existencia?
Es vital implantar en nuestras mentes que hay un Creador: una conciencia básica sobre la presencia de Dios en nuestras vidas. Como dice en Salmos: “Pongo a Dios delante de mi siempre” (Salmos, 16:8). Al hacer esto estamos esencialmente “invitando” a Dios a nuestras vidas, después de eso, podemos comenzar a desarrollar una relación con Él.
¿Cómo podemos fortalecer esta relación con nuestro Creador para sentir Su amor?
  1. Vive conscientemente con el pensamiento de que hay un propósito en la vida.

    El primer paso es enfocarse activamente en el hecho de que nada es al azar. Fuimos puestos en este mundo para cumplir tareas específicas y debemos tener presente la misión y buscar continuamente un propósito. Dicho de manera simple, Dios está cercanamente involucrado en todos los aspectos de nuestras vidas. Piensa en los eventos de tu vida como notas personales que buscan transmitirte un mensaje. A medida que nos sintonizamos con esta idea, cada vez más fácil descifrar su significado.
  1. Sé consciente de los regalos de la vida.

    Un segundo paso para cultivar una relación con Dios es enfocarse en apreciar todo lo que Él ha hecho por nosotros. La próxima vez que encuentres algo que has estado buscando, muestra tu apreciación agradeciéndole a Dios. O la próxima vez que pierdas tu autobús, busca activamente un aspecto positivo de lo ocurrido (incluso si es tan sólo la oportunidad de practicar este ejercicio).
Los eventos diarios proveen continuas oportunidades para apreciar la bondad de Dios en nuestras vidas. La cálida sonrisa que te saluda durante un día estresante o las amables palabras que alguien te dice son algunas de las formas en que Dios interactúa contigo. A través de estas experiencias podemos afinar nuestra percepción sobre la intervención personal de Dios, Su presencia constante y Su amor y preocupación por nosotros.
  1. Expresa tu lealtad a través de la acción.

    Nuestros sabios sugieren otra cosa que podemos hacer para construir una fuerte conexión con Dios, la cual se encuentra sugerida en la palabra mitzvá (mandamiento de la Torá), cuya raíz en hebreo es tzavta (compañerismo). A través de realizar las mitzvot podemos volvernos socios de la voluntad de Dios a través de nuestras acciones. Es más, el estudio de Torá nos regala un vistazo de sabiduría infinita, puesto que Él Se revela a Sí mismo a través de las letras sagradas.
  1. Sigue trabajando en mejorar la relación.

    Al igual que en cualquier relación, en nuestra relación con Dios también tendremos altos y bajos. La vida está llena de estrés y encuentros desafiantes que nos hacen perder la esperanza. Sin embargo, es de suma importancia que nos mantengamos fieles y leales a pesar de los desafíos. Esta es la definición de amor incondicional.
Cuando nos encontramos en la oscuridad, debemos recordar que no estamos solos. Las paredes son solamente ilusiones. Aprendemos esto del versículo que describe la entrega de la Torá en el Monte Sinaí: “… y Moshé se acercó a la neblina en donde estaba Dios” (Éxodo, 20:18). Cualquier separación se asemeja a neblina, nubosidad y oscuridad. Sin embargo, el valor numérico de las palabras “la neblina” en hebreo es equivalente al valor numérico de la palabra Shejiná (la presencia Divina). De esto podemos deducir que Dios está presente incluso cuando estamos en un lugar de confusión o cuando estamos experimentando una falta de claridad o nubosidad mental.
En momentos oscuros como aquellos, una forma de recordarnos a nosotros mismos de que Él aún está aquí es simplemente invitándolo a nuestras vidas, utilizando palabras simples como “Dios, te necesito en mi vida”. La comunicación es esencial cuando se está formando una conexión sana entre dos partes, y nuestra relación con Dios no es la excepción. Hablar las cosas al mismo tiempo que se respetan los sentimientos del otro es primordial para mejorar cualquier relación.
Escuchar a la otra parte e intentar ponernos en sus zapatos tanto como sea posible, genera sentimientos de validación a largo plazo. Tal como hablamos con otros, debemos hablar con Dios; debemos confiar lo suficiente en Él como para abrirnos ante Él y escuchar Su respuesta.
Es crucial dedicar tiempo y esfuerzo para cultivar nuestras relaciones. Es posible que reconocer la presencia del otro, buscar y apreciar sus bondades, seguir sus sugerencias, ser leal y fiel incluso cuando parece estar distanciándose de nosotros y comunicar nuestros pensamientos más internos, consuma una buena cantidad de energía emocional. Sin embargo, cuando hacemos suficiente esfuerzo, seremos recompensados con descubrir que tanto durante las alegrías como durante las vicisitudes de la vida, tanto cuando brilla el sol como cuando se presentan las nubes de confusión y neblina, nuestros seres queridos están ahí con nosotros.
De la misma forma, Dios también está allí con nosotros, dirigiendo con amor cada uno de nuestros pasos. Y al igual que nuestros seres queridos nos acompañan sin importar las circunstancias, seremos recompensados con ver a Dios en cada camino de nuestras vidas.